1a parte. “Los curas no violan sólo con la penca, hueón”
Recuerdo, por allá por el año 92, en el cuarto medio humanista, una entrevista solicitada a mí, líder indiscutido del PD (Pico Duro), movimiento anarco e incorpóreo surgido como refugio a la mierda puritana que por esos días nos agobiaba en las antiguas y lúgubres aulas del Instituto Zambrano. El entrevistador casual, Rod: “¿qué es el PD?”, Respuesta: “El PD es un movimiento que para contrarestar estas enseñanzas dirigidas, interesadas, esclavizantes, promueve valores de autodestrucción: el consumo de todas aquellas substancias que de alguna forma dañen el organismo.” La autodestrucción, era nuestra forma de suicidio, de evasión de un mundo en el que no queríamos participar. La banda fue una respuesta a esta forma de suicidio que habíamos inventado y que llamábamos PD. Para qué morirse si era mucho más entretenido vomitar en el escenario toda esta sabia infecta. Tocamos porque llevaremos por siempre esta sangre podrida que nos dialisaron sin consentimiento. No pretendemos desconocer al hijo que nos procrearon en la espalda, sino dar cuenta de ello, sintetizado con toda nuestra vivencia maravillosa y terrible.
Se puede decir que la vida intrauterina de la banda se dió durante las arduas jornadas clericales de la media, la fecundación a raíz de un espermio de cura violador que nos inseminó el cerebro para engendrar el odio a hueones racistas, clasistas y violadores como ellos solos, me refiero a los conchas de sus madres (si es que las tienen) Legionarios de Cristo, propietarios del puto Instituto Zambrano. Quiero aclarar, eso sí, que nosotros nunca fuimos abusados sexualmente, digo yo, pa que quede clarito.
2a parte. A meter ruido
La banda empezó con el pupitre como batería (muñeca izquierda de hi hat, meza de caja y el suelo como bombo), y las chorreantes babosas cuerdas vocales como guitarra y/o bajo, con Rodrigo Alfonso Sotomayor Ruiz (Rod) y yo, Lucio Claudio Hernández Ortiz, PD, en su original y sempiterna formación. Hubo que pasar un año más, cuando los látigos fundamentalistas ya no podían tocarnos físicamente, en el año 93, cuando en el reencuentro, ambos amigos emprendiemos apresuradamente el camino hacia la formalización musical, cuando patuda y lastimosamente pasaron desde el pupitre- batería a un estudio musical, y las primeras notas goteaban desde adentro para decir torpemente lo que debía haberse dicho hace tiempo. Así nace Revolución chilena, cuyo lema es: “a meter ruido”.
3 meses de ensayos a dos horas semanales bastaron para aprender una canción que debía presentarse a concursar en un renaciente festival, cuya primera versión, a principio de los 70, fue ganada por quién de ahora se tomaba su nombre: Víctor Jara. Aquella banda que ganara debía tocar en la gala del festival, a realizarse en el estadio de la USACH. Previo a ello, era necesario pasar por la cárcel: en un oscuro y cabizbajo mitin político cultural, en la ex cárcel de Santo Domingo, repleta de criminales mentales, que aún sin dictadura formal seguían encerrados por considerárseles enemigos de la libertad vigilada. Se trataba de una presentación cultural, dentro de la cual nuestra banda debía presentar su primer sencillo, para ver si pasábamos o no a la gran final. Pero el infortunio hizo presa de nuestras ilusiones y aquel día nos quedamos con el auto en pana, la cuerda de la guitarra se cortó, la batería prestada no llegó. En tal penosa situación nos encontrábamos ya al interior del recinto, cuando nos sentimos llamar al escenario. Improvisamos una letra dirigida al interestelar Víctor, de quién poco o nada sabíamos, pero lo intuiamos. Rod tomo la guitarra de palo, PD se hizo cargo del micrófono, y nos largamos a la aventura de primero explicar la larga lista de infotunios que llevaron a no poder realizar esta presentación como estaba pactada. Un tembloroso PD Relataba, mientras el hasta entonces lúgubre y triste público, comenzaba a despertar de su letargo y comenzaban a sonar carcajada tras otra, hasta que la concurrencia completa soltaba sin conciencia de ello las más estruendosas manifestaciones de júbilo ante lo que estaban oyendo. Pero lejos de amilanarse, PD se sintió en otro plano de la existencia, y cual humorista comenzó a adornar la historia para darle más sabor. Luego nos abocamos a recitar el poema recién salido del horno, frente a una multitud algarábica, contenta, maravillada de ver a dos pendejos de mierda hablando sobre Jara, por entonces un espectro que aún no reventaba los ratings de popularidad como lo hace ahora.
Terminada la faena, ambos bajamos del escenario, el trayecto de bajar la pequeña escalinata fué mágico: cientos de manos se nos aercaban amistosa y frenéticamente, para hablarnos, para saludarnos, mientras se escuchaban estruendosos aplausos de la multitud que nos despedía. De entre todas las manos, surgió una más decidida y simplemente nos agarró y nos llevó a un lugar cerrado, lejos del público: una periodista. Nosotros como entrevistados debíamos responder a la pregunta ¿quién es Víctor Jara?, ¿qué piensan de él?, estábamos en directo para la desaparecida y emblemática radio Umbral. Fué la primera vez que saboreamos un poquito de lo que se llama fama, y por haber brindado luz a un lugar oscuro, fuimos favorecidos para pasar a la etapa final, debíamos tocar en el evento cumbre del festival. Este día quedó registrado a fuego en nuestra alma, sin tocar siquiera dimos un momento de alegría a aquellos formidables criminales por secretaría. Aquel día, que terminó con leve lluvia al atardecer mientras corríamos hacia la alameda, gritando de alegría por lo vivido, con lágrimas apretadas de pura dicha.
El festival en sí fue otro cuento, tocamos en un escenario secundario, pero felices por haber agarrado un pequeño público de pendejos punks que se identificaban con nuestras ropas, y nos admiraban por tocar esta música. Después creció la amistad, y sin darnos cuenta éramos como veinte, saltando, bailando, tomando cerveza o vino en caja.
3a parte. Cerrando puertas y abriendo ventanas
Revolución Chilena siguió su camino con jornadas creadoras en la maestranza de ferrocarriles San Eugenio. En el cementerio de trenes, entre humo de marihuana y botellas de alcohol, nos encarrilamos a formar nuevas canciones. Nos sorprendíamos con el descubrimiento de que teníamos la capacidad, como cualquiera si se lo propone, de formar conexiones coherentes de notas musicales, como apellidando a nuestros sentimientos.
La magia duró hasta el primer semestre del año 95, cuando yo, PD, ya sabía de los polos de la vida: el amor y el odio, y a Rod ya le habían roto para siempre su putrefacto corazón. La aparición de un nuevo y a la postre pasajero referente, en alianza conmigo , terminan por sacar la mierda de la que estamos hechos a la superficie, y la separación inevitable que secunda al choque de dos egos monumentales, se produce en la calle y esa tarde pusimos una pausa a nuestra música pero no a nuestra amistad.
Se rompe la formación sempiterna, y esta no se volverá a juntar sino hasta principios del 97. Con un nuevo nombre, Los otros. Lema: “hay que meter ruido y tomar copete” se inseminan los temas nuevos, tocábamos rock que bien podía pero no quería confundirse con Punk rock, tan en boga entre la adolescencia decadente de la época. Ya no eramos un trío, la wea ya era cuarteto, con la inclusión de los inolvidables hermanos Rodo y Emilio Jorquera, bajo y guitarra respectivamente, después continuaría sólo el primero.
Tocatas en universidades estatales proletarias: UTEM, pedagógico, UTEM, UTEM, y otra vez UTEM. También en los barrios populares de la Florida y Maipú, donde cantamos a gritos una canción a colo-colo en un nido de ratas azules. Hubo intentos frustrados de tocar más afuera: llo lleo no quizo siquiera escucharnos, en un día memorable en el cuál falleció pinocho.
A mediados del año 99 yo abandono la banda, para asumir la hermosa e inminente paternidad, y convertirme, en un hombre de familia. “Salta peo” me diría el destino, pero esa es otra historia. La banda continúa a pesar de esta gran pérdida y es así como un batero llamado José Carrasco llega y el nombre elegido esta vez sería exterminio. Hay un giro dramático al metal duro y callejero. Salidas y entradas de la banda abundan en este período.
4a parte. El derecho a ser músico
La tercera era de la banda, con su formación primitiva, ocurre en junio de 2004, hasta enero de 2005, marcada por la furia ancestral que llevamos por herencia de nuestros antepasados de raza pura (la otra herencia es una mezcla prostituta), no olvidándonos de nuestra actual temporalidad y del espacio vital que ocupamos. Con el nombre de Aukán Mapu, más agresivos y envejecidos sólo en la cédula de identidad, estábamos dispuestos a seguir jugando a hacer música, nuestro lema: “Hago música por que está en la constitución” aunque no en la cagá de carta mierdo-magna que rige a este país, con esto quiero decir que es nuestro derecho fundamental, ¿y por qué mierda no podemos hacer música?. Violeta jamás estudió para traducir su alma a ondas sonoras. ¿O es que acaso Freud estudió Psicología?, la inventó para que pequeños burgueses burócratas, archivadores del comportamiento, pudieran constituir su sindicato dentro de la gran fábrica. Eramos dueñas de casa dispuestas a liberarse, haciendo lo que nuestros ancestros africanos hacían por necesidad existencial, para evadir el tedio y la indignidad de la esclavitud: organizar un mundo en torno a lo que tenían más a la mano, su cuerpo, los sonidos de las manos, de la boca, el del culo femenino y de la pelvis masculina, como dos palmas aplaudiendo.
Pero yo tenía que irme nuevamente, a conquistar otras latitudes del conocimiento, mi corazón abierto al cosmos no me permite abrir una ventana sin abrir otra, y otra más, y fuí en busca de la raíz. ¿Por qué deben sonar los tambores? no tiene una respuesta fácil, ni siquiera ha comenzado a responderla, recién acaba de caer en la cuenta de plantearsela.
5a parte. Abajo las Disqueras
La cuarta y última era da forma definitiva al proyecto, con la denominación de Perro Calavera, alusión a un violento, cobarde, despiadado, y patético criminal de poca monta de los bajos barrios ferrovarios de Estación Central. El personaje no importa mucho, tal como nuestra banda, es emblemático eso sí. Un personaje ni siquiera olvidado, porque nunca fue recordado por nadie.
Nuestro lema es: “¡¡¡Abajo las disqueras!!!”. Porque como música hecha en casa, no tenemos cara para cobrarla. Pero no se queda ahí: nos da para plantear cosas más fundamentales: el arte es gratis, es para compartir, es jugar a la pelota sin esponsor, es inscribirse en amnistía internacional, es recoger a un perrito en la mitad de la autopista. Si logran inventar el método, ya no van a ser sólo disqueras las que nos cobren por escuchar a violeta, van a haber tiranías privadas que nos pongan carteles en las camisetas de barrio, amnistía internacional tendrá un gerente de ventas. Al alma la van a apresar al vacío en alguna substancia aún no inventada, para generar un movimiento eterno y así poder utilizarla como combustible para autos. Como dijo el saco de wea, hay que matar a la perra para que se acabe la lea, y queremos colaborar a matar a la gran perra de nuestra era, socavando maliciosamente uno de sus soportes. Claro que el derrumbe de estas colosales estructuras de cogoteo ya empezó: la fiesta la trajo la democratización de tecnologías nuevas, ahora cada vez es más fácil hacer y repartir música.
La cultura, y más específicamente la música, es patrimonio de la humanidad, no sólo el hacerla, también el obtenerla, por eso decimos, ¡¡¡¡abajo las disqueras!!!, abajo el lucro en la música, las creaciones que hacemos son el reflejo de nuestros tormentos de seres aislados, y no los vamos a transar en el mercado. Para sobrevivir trabajamos de lunes a viernes, como muchos artistas que se ven obligados a disfrasarse de obreros. El tiempo en que estamos haciendo sonar nuestras herramientas es el tiempo en el que vivimos, y nuestro producto no es compatible con la idea de la transacción monetaria.
P.D., junio de 2009
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